Planeta Cereza: El Principito. Kim Min Ji, Ilustraciones

lunes, 9 de junio de 2014

El Principito. Kim Min Ji, Ilustraciones






El Principito es uno de mis libros preferidos porque es quizá el más tierno y poético relato que se ha escrito nunca sobre el sentido de la vida, la amistad, el amor y las relaciones entre personas. Me encanta !! Lo he leído un montón de veces y lo he regalado otras tantas. No sé si el asteroide B 612, de donde proviene el pequeño príncipe, está a muchos años luz del planeta GJ 504b, que es el nombre real del Planeta Cereza, pero yo siento siempre al niño de cabello dorado y rizado, de encantadora risa que no contesta nunca a las preguntas, muy cercano, pues los dos tenemos en común un "pequeño" planeta que representa nuestra vida o nuestro mundo. Pequeño, porque esa es la gracia !!

No debemos ser pocos los admiradores de esta "gran" obra. El Principito es el libro francés mas leído, traducido y vendido de todos los tiempos. Desde que se publicó, primeramente en inglés en abril de 1943, apenas un año antes de que su autor, el aviador francés de las Fuerzas Armadas, Antoine de Saint-Exupéry, se estrellase en el Mar Mediterráneo en misión de las fuerzas aliadas de la Segunda Guerra Mundial, ha cautivado a millones de lectores, niños y adultos, ha tenido numerosas ediciones en numerosas lenguas, variadas versiones y adaptaciones a otros medios y ha sido bellamente ilustrado por multitud de artistas. Hoy, el principito, en su viaje interestelar por el espacio, está de visita en mi Planeta Cereza y se pasea por él de la mano de la ilustradora coreana Kim Min Ji, quien ha realizado estas preciosas ilustraciones pintadas, al igual que las originales del autor, con acuarela. 

Disfrutadlas !! Si no has leído El Principito no leas los fragmentos. Ve y compra un ejemplar o cógelo de una biblioteca. Te encantará !!






Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta que tuve una avería en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo se había roto en mi motor. Y como no tenía conmigo ni mecánico ni pasajeros, me dispuse a realizar, solo, una reparación difí il. Era, para mí, cuestión de vida o muerte. Tenía agua apenas para ocho días.

La primera noche dormí sobre la arena a mil millas de toda tierra habitada. Estaba más aislado que un náufrago sobre una balsa en medio del océano. Imaginaos, pues, mi sorpresa, cuando, al romper el día, me despertó una extraña vocecita que decía:
- Por favor..., ¡dibújame un cordero!
- ¿Eh?
- Dibújame un cordero...






Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Me enteré de este nuevo detalle, en la mañana del cuarto día, cuando me dijiste:
- Me encantan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol.
- Pero tenemos que esperar...
- ¿Esperar a qué?
- Esperar a que el sol se ponga.
Al principio pareciste muy sorprendido; luego te reíste de ti mismo. Y me digiste:
- ¡Me creo siempre en mi casa !






-Hace millones de años que las flores fabrican espinas. Hace millones de años que los corderos, a pesar de ello, se comen las flores. ¿Y no es serio tratar de comprender por qué se matan fabricando espinas que nunca sirven para nada? ¿No es importante la guerra entre los corderos y las flores? ¿No es más serio y más importante que las sumas de un gordo señor rojo? Y que conozca yo una flor única en el mundo, que no existe en ninguna otra parte excepto en mi planeta, y que un corderito puede aniquilar una mañana, así, de golpe, sin darse cuenta de lo que hace, ¡no, eso no es importante!

Se puso colorado, luego prosiguió:

-Si alguien ama una flor de la que no existe más que un ejemplar en todos los millones y millones de estrellas, le basta eso para ser feliz cuando la mira. Piensa: "Mi flor está allí, en alguna parte...". ¡Pero si el cordero se come la flor, para él es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran! ¡Y eso no es importante, no!

No pudo decir más. Estalló bruscamente en sollozos. Había caído la noche. Yo había soltado mis herramientas. Poco me importaba el martillo, el tornillo, la sed y la muerte. ¡En una estrella, un planeta, el mío, la Tierra, había un principito que era preciso consolar!

Lo cogí en mis brazos. Lo mecí. Le decía: "La flor que tú amas no corre peligro... Le dibujaré un bozal a tu cordero... Te dibujaré una armadura para tu flor... Yo...". Yo no sabía ni qué decir. Me sentía muy torpe. No sabía cómo llegar hasta él, dónde encontrarlo. Es tan misterioso el país de las lágrimas...






- No supe comprender nada entonces. Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me perfumaba y me iluminaba. ¡No debí haber huido jamás! Debí haber adivinado su ternura detrás de sus pobres astucias. ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.






-¿Puedo sentarme? -inquirió tímidamente el principito.
-Te ordeno que te sientes -le respondió el rey, recogiendo majestuosamente un faldón de su manto de armiño.

Pero el principito se extrañaba. El planeta era minúsculo. ¿Sobre qué podía reinar el rey?

-Majestad -dijo-, perdonadme que os interrogue...
-Te ordeno que me interrogues -se apresuró a decir el rey.
-Majestad... ¿Sobre qué reináis?
-Sobre todo -respondió el rey con toda naturalidad.
-¿Sobre todo?

El rey, con un ademán discreto, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.

-¿Sobre todo eso? -dijo el principito.
-Sobre todo eso... -respondió el rey.

En efecto, no sólo era un monarca absoluto, sino también un monarca universal.

-¿Y os obedecen las estrellas?
-Por supuesto -le dijo el rey-. Obedecen al instante. No tolero la indisciplina.

Tal poder maravilló al principito. ¡De haberlo detentado él, habría podido asistir no a cuarenta y cuatro puestas de sol, sino a setenta y dos, o incluso a cien, o incluso a doscientas en el mismo día, sin tener que correr jamás su silla! Y como se sentía un poco triste al recordar su pequeño planeta abandonado, se atrevió a pedir una gracia al rey:

-Quisiera ver una puesta de sol... Dadme ese gusto... Ordenad al sol que se ponga...






El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos. Apenas había sitio para que cupiera un farol y un farolero. El principito no lograba explicarse para qué podían servir en un lugar del cielo, en un planeta sin casa ni población, un farol y un farolero. Sin embargo se dijo a sí mismo:

"Puede que ese hombre sea absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Al menos, su trabajo tiene sentido. Cuando enciende el farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga el farol, duerme a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy bonita. Es realmente útil porque es bonita".

"A éste -se dijo el principito, mientras proseguía más allá su viaje-, a éste lo despreciarían todos los demás: el rey, el vanidoso, el bebedor, el hombre de negocios. Y, sin embargo, él es el único que no me parece ridículo. Tal vez sea porque se ocupa de algo más que de sí mismo".

Suspiró con sentimiento, y siguió diciéndose:

"Este es el único del que me hubiera podido hacer amigo. Pero su planeta realmente es demasiado pequeño. No hay sitio para dos...".






-Buenas noches -dijo por si acaso el principito.
-Buenas noches -dijo la serpiente.
-¿En qué planeta he caído? -preguntó el principito.
-En la Tierra, en África -respondió la serpiente.
-¡Ah!... ¿Entonces no hay nadie en la Tierra?
-Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie. La Tierra es grande -dijo la serpiente.

El principito se sentó en una piedra y levantó los ojos hacia el cielo:

-Me pregunto -dijo- si las estrellas no estarán iluminadas para que cada uno pueda un día encontrar la suya. Mira mi planeta. Está exactamente encima de nosotros... Pero ¡qué lejos está!

-Es hermoso -dijo la serpiente- ¿Qué vienes a hacer aquí?
-Tengo problemas con una flor -dijo el principito.
-¡Ah! -dijo la serpiente. Y se callaron.
-¿Dónde están los hombres? -prosiguió al fin el principito-. Se está un poco solo en el desierto...
-También se está solo entre los hombres -dijo la serpiente.

El principito la miró largamente:

-Eres un animal extraño -le dijo por fin-, delgado como un dedo...
-Pero soy más poderosa que el dedo de un rey -dijo la serpiente.

El principito sonrió:

-No eres muy poderosa... Ni siquiera tienes patas... Ni siquiera puedes viajar...
-Puedo llevarte más lejos que un navío -dijo la serpiente.

Se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete de oro:

-Al que toco lo devuelvo a la tierra de donde salió -siguió diciendo-. Pero tú eres puro y vienes de una estrella...






-Buenos días -dijo por si acaso.
-Buenos días... Buenos días... Buenos días... -respondió el eco.
-¿Quiénes sois? -dijo el principito.
-Quiénes sois... Quiénes sois... Quiénes sois... -respondió el eco.
-Sed mis amigos, estoy solo -dijo.
-Estoy solo... Estoy solo... Estoy solo... -respondió el eco.

"Qué planeta más extraño -pensó entonces-. Es completamente seco, puntiagudo y salado. Y los hombres no tienen imaginación. Repiten lo que se les dice... En el mío tenía una flor: ella siempre era la primera en hablar...".











-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas?
-Busco a los hombres -dijo el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy fastidioso! También crían gallinas. Es lo único interesante, ¿Buscas gallinas?
-No -dijo el principito-, busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?
-Es algo demasiado olvidado-dijo el zorro-. Significa "crear lazos...".
-¿Crear lazos?
-Claro -dijo el zorro-. Para mí, tú no eres todavía más que un niño parecido a cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. Para ti no soy más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si me domesticas, nos necesitaremos el uno al otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...

-Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
-Puede ser -dijo el zorro-. En la Tierra se ve todo tipo de cosas...
-¡Oh! No es en la Tierra -dijo el principito. El zorro pareció muy intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Eso sí que es interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-No hay nada perfecto -suspiró el zorro. Pero el zorro volvió a su idea:
-Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Por eso me aburro un poco. Pero, si me domesticas, será como si mi vida se bañara de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen meterme bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera del cubil, como una música. Además, fíjate: ¿Ves allá los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es muy triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces, cuando me hayas domesticado, será maravilloso! El trigo, que es dorado, me traerá tu recuerdo. Y me gustará el rumor del viento en el trigo...

El zorro calló y miró largo tiempo al principito:

-¡Por favor... domestícame! -dijo.
-Como quieras -contestó el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los vendedores. Pero como no existen vendedores de amigos, los hombres ya no tienen amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué hay que hacer? -dijo el principito.
-Hay que tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Empezarás por sentarte un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

Al día siguiente volvió el principito.

-Hubiera sido mejor volver a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a partir de las tres empezaré a ser feliz.. A medida que se acerque la hora me sentiré más feliz. Y a las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, no sabré nunca a qué hora vestirme el corazón... 







-¿Qué haces aquí? -dijo el principito.
-Separo los viajeros en paquetes de mil -dijo el guardagujas-. Expido los trenes que los llevan unas veces hacia la derecha, otras hacia la izquierda.

Y un rápido, iluminado, retumbando como el trueno, hizo temblar la caseta de los cambios de aguja.

-Llevan mucha prisa -dijo el principito-. ¿Qué buscan?
-Hasta el hombre de la locomotora lo ignora -dijo el guardagujas.

Y otro rápido iluminado retumbó, en sentido inverso.

-¿Ya están de vuelta? -preguntó el principito.
-No son los mismos -dijo el guardagujas-. Es un intercambio.
-¿No estaban contentos donde estaban?
-Nunca está uno contento donde está -dijo el guardagujas.

Y retumbó el trueno de un tercer rápido iluminado.

-¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? -preguntó el principito.
-No persiguen nada -dijo el guardagujas-. Allá dentro estarán durmiendo o bostezando. Sólo los niños aplastan su nariz contra los cristales.
-Sólo los niños saben lo que buscan -dijo el principito-. Pierden tiempo con una muñeca de trapo, y ésta se convierte en algo muy importante, y si se la quitan lloran...
-Tienen suerte -dijo el guardagujas.






Respondí: ¡Por supuesto! y miré, sin hablar, las arrugas de la arena bajo la luna.
-El desierto es bello... -añadió.
Y era verdad. Siempre me ha gustado el desierto. Se sienta uno en una duna de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y, sin embargo, algo resplandece en silencio...
-Lo que embellece el desierto , dijo el principito,  es que esconde un pozo en algún sitio...
Me sorprendió comprender de repente ese misterioso resplandor de la arena. Cuando yo era niño, vivía en una casa antigua, y la leyenda contaba que en ella había un tesoro escondido. Por supuesto, nadie acertó a descubrirlo jamás, y quizá ni siquiera lo buscó. Pero encantaba toda aquella casa. Mi casa escondía un secreto en el fondo de su corazón...
-Si , dije al principito. Ya se trate de la casa, de las estrellas o del desierto, lo que les proporciona su belleza es invisible.
-Me alegro, dijo, de que estés de acuerdo con mi zorro. [no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos]






Yo estaba a veinte metros y continuaba sin distinguir nada. El principito, después de un silencio, dijo aún:
-¿Tienes un buen veneno? ¿Estás segura de no hacerme sufrir mucho?
Me detuve con el corazón oprimido, siempre sin comprender.
-¡Ahora vete -dijo el principito-, quiero volver a bajarme!

 Dirigí la mirada hacia el pie del muro e instintivamente di un brinco. Una serpiente de esas amarillas que matan a una persona en menos de treínta segundos, se erguía en dirección al principito. Echando mano al bolsillo para sacar mi revólver, apreté el paso, pero, al ruido que hice, la serpiente se dejó deslizar suavemente por la arena como un surtidor que muere, y, sin apresurarse demasiado, se escurrió entre las piedras con un lígero ruido metálico.

Llegué junto al muro a tiempo de recibir en mis brazos a mi principito, que estaba blanco como la nieve. 
-¿Pero qué historia es ésta? ¿De charla también con las serpientes? 

Le quité su eterna bufanda de oro, le humedecí las sienes y le di de beber, sin atreverme a hacerle pregunta alguna. Me miró gravemente rodeándome el cuello con sus brazos. Sentí latir su corazón, como el de un pajarillo que muere a tiros de carabina. 

-Me alegra -dijo el principito- que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina. Así podrás volver a tu tierra...
-¿Cómo lo sabes? 

Precisamente venía a comunicarle que, a pesar de que no lo esperaba, había logrado terminar mi trabajo. No respondió a mi pregunta, sino que añadió: 
-También yo vuelvo hoy a mi planeta...

Luego, con melancolía:
-Es mucho más lejos... y más difícil...

Me daba cuenta de que algo extraordinario pasaba en aquellos momentos. Estreché al principito entre mis brazos como sí fuera un niño pequeño, y no obstante, me pareció que descendía en picada hacia un abismo sin que fuera posible hacer nada para retenerlo. Su mirada, seria, estaba perdida en la lejanía.
-Tengo tu cordero y la caja para el cordero. Y tengo también el bozal.

Y sonreía melancólicamente.
Esperé un buen rato. Sentía que volvía a entrar en calor poco a poco:
-Has tenido miedo, muchachito...

Lo había tenido, sin duda, pero sonrió con dulzura:
-Esta noche voy a tener más miedo...

Me quedé de nuevo helado por un sentimiento de algo irreparable. Comprendí que no podía soportar la idea de no volver a oír nunca más su risa. Era para mí como una fuente en el desierto.
-Muchachito, quiero oír otra vez tu risa...

Pero él me dijo:
-Esta noche hará un año. Mi estrella se encontrará precisamente encima del lugar donde caí el año pasado...
  -¿No es cierto -le interrumpí- que toda esta historia de serpientes, de citas y de estrellas es tan sólo una pesadilla?

Pero el principito no respondió a mi pregunta y dijo:
-Lo más importante nunca se ve...
-Indudablemente...
-Es lo mismo que la flor. Si te gusta una flor que habita en una estrella, es muy dulce mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas han florecido.
-Es indudable...
-Es como el agua. La que me diste a beber, gracias a la roldana y la cuerda, era como una música ¿te acuerdas? ¡Qué buena era! 
-Sí, cierto...
-Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi estrella será para ti una cualquiera de ellas. Te gustará entonces mirar todas las estrellas. Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...

Y rió una vez más. 
-¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa! 
-Mi regalo será ése precisamente, será como el agua... 
-¿Qué quieres decir?
La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...
-¿Qué quieres decir? 
-Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú sólo tendrás estrellas que saben reír!

Y rió nuevamente.
-Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me hacen reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala pasada...

Y se rió otra vez.
-Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír...

Una vez más dejó oír su risa y luego se puso serio.
-Esta noche ¿sabes? no vengas...
-No te dejaré.
-Pareceré enfermo... Parecerá un poco que me muero... es así. ¡No vale la pena que vengas a ver eso...!
-No te dejaré.

Pero estaba preocupado.
-Te digo esto por la serpiente; no debe morderte. Las serpientes son malas. A veces muerden por gusto...
-He dicho que no te dejaré.

Pero algo lo tranquilizó.
-Bien es verdad que no tienen veneno para la segunda mordedura...





[fragmentos El Principito]
Todas las ilustraciones copyright Kim MinJi
The Little Prince (ed. coreana)
Editorial Indigo, 2006


2 comentarios :

  1. Preciosos los dibujos y exquisita la selección de textos que has escogido del Principito. He disfrutado mucho con tu publicación que me ha transportado a mi adolescencia, cuando leíamos en clase retazos del libro que después comentábamos con el profesor. Muchas gracias Raquel. Un besote

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  2. Deliciosas ilustraciones y , por supuesto, texto. Dulce y relajante tu post como siempre.

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